EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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La realidad es sin embargo diferente, pues la
reducción del riesgo ya se ha llevado a cabo en
buena medida, pero no así la compartición de
riesgo. En los últimos años, la mayoría de los
países que se han visto profundamente afecta-
dos por la crisis han hecho los deberes: Irlanda y
Portugal, por ejemplo, han vuelto a la normali-
dad y están creciendo de forma sostenida; Italia
ha llevado a cabo reformas impopulares del sis-
tema de pensiones y del mercado laboral;
España ha saneado el sistema financiero, refor-
mado el mercado laboral y reducido su déficit
de forma drástica pese a los altos niveles de
paro. Si la reducción y el reparto del riesgo de-
ben llevarse a cabo de la mano como indica la
Comisión Europea, parecería que ha llegado el
momento de dar algunos pasos en la dirección
de compartir el riesgo. Por ejemplo, el diseño de
la Unión Bancaria incluye elementos de reduc-
ción de riesgos (supervisión única, por ejemplo)
ya vigentes, y elementos de riesgo compartido,
el Sistema Europeo de Seguro de Depósitos,
que no se han puesto en marcha.
Pero, además, los países de la zona euro ya
comparten el riesgo, ya que este es sistémico,
pero no comparten todavía los costes. Algunos
de los problemas estructurales mencionados an-
teriormente son problemas sistémicos que afec-
tan a toda la zona del euro y, por lo tanto, solo
pueden abordarse con instrumentos públicos
comunes a nivel de la UEM, de modo que su
mera existencia reduciría el riesgo.
Por otro lado, en el último año se han difun-
dido ciertas propuestas ampliamente circuladas
entre economistas neoliberales que, bajo una
supuesta defensa de la estabilidad y la disciplina
de los mercados, esconden intereses nacionales
y conllevan riesgos de inestabilidad soberana.
Nos referimos, por ejemplo, a la introducción de
ponderaciones de riesgo para ciertos bonos so-
beranos en los balances bancarios, o la puesta
en marcha de un mecanismo de restructuración
de deuda que supone que los bonistas pueden
asumir pérdidas. La filosofía subyacente es per-
niciosa y peligrosa para la estabilidad de la zona
euro. Según esta, los problemas del euro pro-
vendrían de un mal cálculo de los mercados so-
bre los riesgos soberanos, que eran considera-
dos todos como libres de riesgo, lo que llevó a
que los bancos acumularan bonos del Estado de
países con escasa disciplina fiscal. Este fallo en
la disciplina de mercado explicaría no solo los
problemas fiscales griegos, sino también su con-
tagio al resto de países periféricos. Una solución
a esta falta de disciplina sería endurecer las con-
diciones con las que los bancos nacionales com-
pran deuda soberana, y la creación de un meca-
nismo de restructuración de deudas, que en
definitiva significa que los bonos del Estado
pueden entrar en
default
.
La realidad es que si estas propuestas se lle-
varan a la práctica generarían enorme descon-
fianza y por tanto inestabilidad en los mercados,
agudizarían la fragmentación financiera actual y
penalizarían claramente a determinados países
del sur en beneficio de otros. La negativa expe-
riencia del acuerdo franco-alemán de octubre
2010 en Deauville sobre la restructuración de
deuda privada griega debería servir de lección.
Si estos mecanismos hubieran existido du-
rante la crisis, las consecuencias para España y
los bancos españoles habrían sido enormemen-
te perjudiciales. Por un lado, habrían supuesto un
enorme aumento del coste de emisión de la deu-
da tanto para el Estado como para todos los emi-
sores privados (ya que el coste de financiación del
primero es un suelo para todos los demás) y un
mayor déficit público. Por otro lado, seguramen-
te muchos más bancos habrían quebrado, al man-
tener en sus carteras amplias tenencias de bonos
españoles.