EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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circunstancias, el sistema educativo servía de
garante del estatus de los estratos “elevados”,
mientras que el ascenso hacia dichos estratos
dependía de criterios meritocráticos. La mayoría
de los niños del “pueblo llano” seguían siendo
“pueblo llano”. La diferencia en el desarrollo de
los últimos 20-30 años, cuando la idea de bien-
estar para todos (eslogan electoral de los demo-
cristianos alemanes en los años cincuenta) era el
estándar en los países europeos más ricos y una
perspectiva para los más pobres, residía en el
hecho de que los grupos salariales más bajos no
quedaban desvinculados del nivel de vida medio
ni de la evolución general de las rentas; o al me-
nos se acercaban a ello.
El sistema educativo ofrece oportunidades
en el mercado laboral, y con ellas expectativas
para acceder a un nivel de vida “aceptable” o
alto. Pero cuando el sistema produce más can-
didatos a trabajos bien (o más o menos bien)
remunerados de los que el mercado laboral pue-
de/quiere absorber, entran en juego otros meca-
nismos de selección, como la calidad o el presti-
gio de las instituciones educativas o los contactos
sociales. El exceso de candidatos puede dar lugar
a que ciertos trabajos del segmento desprotegi-
do, con condiciones precarias, se vean ocupados
masivamente por trabajadores sobrecualificados.
También puede dar lugar a tasas masivas de des-
empleo entre los “trabajadores sobrecualifica-
dos”, cuando estos no desean poner en juego
sus expectativas de lograr un buen trabajo dedi-
cándose a desempeñar tareas transitorias de baja
cualificación, en
call centers
, en la construcción,
en almacenes, etc., o cuando tienen a su alcance
otras estrategias de supervivencia (vivir con sus
padres, etc.).
La decreciente función estabilizadora
de la familia
La vulnerabilidad social de los que perciben sa-
larios bajos ha aumentado en Europa con la mo-
dernización secular, que ha ido debilitando pau-
latinamente las estructuras sociales tradicionales
que giraban en torno a la familia. Cada vez son
más los que viven en hogares unipersonales, es
decir, fuera de la comunidad de consumo for-
mada por los miembros de una familia, en par-
ticular en una unidad conyugal, como solía ocu-
rrir antes en la mayoría de los casos. El número
de individuos, especialmente mujeres, que sa-
can adelante a sus hijos por sí solos también ha
crecido ostensiblemente, y la tendencia al alza
se mantiene. Ello implica que cada vez hay más
personas con rentas individuales bajas que de-
ben proporcionar sustento y vivienda. Las esta-
dísticas muestran que los individuos que forman
hogares unipersonales, especialmente los más
jóvenes, viven muy a menudo cerca del umbral
de la pobreza, e incluso por debajo. Los padres
y madres que crían solos a sus hijos sufren una
particular discriminación laboral: no solo se ven
obligados a costear todos sus gastos (y los de
sus hijos) con sus propios ingresos, a menudo
exiguos, sino que además, las cargas familiares
que soportan los abocan al singular riesgo de
percibir salarios bajos en el mercado laboral.
Incluso sin la polarización del mercado labo-
ral, el progresivo aislamiento de los individuos
sienta las bases de unas condiciones de vida
precarias. En combinación con la evolución de
numerosos mercados laborales europeos, se ha
convertido en un riesgo de pobreza sistémico,
ya que en gran medida resulta hoy en día poco
realista alcanzar un nivel de vida “aceptable”
sin un segundo salario.
Por otro lado, también se constata que la soli-
daridad familiar que perdura sirve frecuentemente