EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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en manos del crecimiento económico. Si debe
ser algo que se logra solo de forma extraordina-
ria cuando se dan circunstancias especialmente
favorables, sin ser eso lo normal. Esta es de for-
ma implícita la posición dominante en el discur-
so político actual. Es como si se le concediera al
mercado el poder de condicionar la realidad, al
igual que a una fuerza de la naturaleza con la
que uno debe conformarse. Aquel que se opo-
ne al mercado, recibe su castigo. Por un lado,
los que no son capaces de obtener unos ingre-
sos medianamente aceptables en ese mercado
no son considerados como totalmente aptos
(dado que la vida es ya de por sí una competi-
ción). Por otro lado, se considera que sus opor-
tunidades vitales tienen que sacrificarse ante un
mercado que desgraciadamente favorece el in-
terés del bienestar general. Este discurso no co-
brará fuerzas mientras que ese discurso no deje
de estar guiado por intereses privados.
Al comparar lo que ocurre en los diversos
países europeos, observamos que esto no tiene
por qué ser así necesariamente. Durante un lar-
go periodo de tiempo y hasta la fecha, algunos
países han logrado evitar en gran medida la po-
larización social, incluso si su crecimiento eco-
nómico no fue de tal magnitud como para que
la demanda barriese por si sola el mercado labo-
ral. No obstante, el mercado laboral es la clave
del nivel bajo (pero creciente) de exclusión so-
cial. En los países relativamente igualitarios se
han desarrollado estructuras de poder organiza-
tivo que han terminado por transformarse tanto
en fuentes de poder de mercado como de po-
der político. En primer lugar, se logró poner un
freno eficaz a la competencia de la aceptación
de infrasalarios en el mercado laboral; en se-
gundo lugar, la amenaza del desempleo no se
ha afrontado, en la medida de lo posible, a base
de concesiones salariales (bajando hasta alcan-
zar salarios que esquilman el mercado), sino con
los medios que aportan las políticas públicas
(trabajos en el sector servicios de carácter públi-
co financiados a través de los impuestos; esfuer-
zos redoblados de mediación; recualificación;
medidas de apoyo para el cambio de trabajo en
lugar de para la defensa del empleo) y mediante
la racionalización de la oferta de mano de obra
(recorte del tiempo de trabajo anual). Se evitó
por todos los medios el surgimiento de un seg-
mento de bajos salarios.
No obstante, no debemos pasar por alto que
estas estrategias de salarios elevados siempre
procuraban contar con el soporte mayoritario
del mercado. En otras palabras: un pleno em-
pleo prácticamente total con salarios “acepta-
bles” debía ser competitivo. Dado que se trata-
ba en su totalidad de economías relativamente
pequeñas, el éxito en los reñidos mercados in-
ternacionales constituía un elemento estratégi-
co fundamental. Sin olvidar que otro factor que
contribuyó a evitar los empleos dotados con
salarios bajos fue precisamente que gran parte
de la mano de obra tenía cabida en el segmento
de los trabajos con salarios altos competitivos.
Todo esto fue posible, entre otras cosas, gracias
a la política educativa y a una moderna política
industrial orientada al éxito en el mercado y a la
competitividad.
La aceptación (generalizada) por parte del
mercado representa también el flanco vulnera-
ble de la estrategia. Cuando persiste un alto
nivel de desempleo de larga duración, ya sea
por motivos coyunturales o de competitividad,
la competencia por obtener trabajo, aunque sea
aceptando salarios que rompen la oferta, tam-
bién amenaza con colarse. Si el mercado no es
capaz de absorber pronto a los parados (preju-
bilaciones, formación, etc.) sin ocasionarles un
grave retroceso de sus ingresos, o si no hallan
trabajo con salarios “aceptables” en otros sec-
tores económicos, la estrategia de los salarios