EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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sociedad integrada desde el punto de vista so-
cial no se ha ganado a largo plazo ni siquiera en
los países escandinavos, ni en los de la Europa
central y oriental mencionados aquí a modo de
ejemplo.
Sin embargo, la integración social de la so-
ciedad del trabajo cuenta con un aliado: el de-
sarrollo demográfico, que podría convertir la
mano de obra (cualificada) en una materia pri-
ma escasa. Los desafíos a los que se enfrenta la
solidaridad intergeneracional constituyen en sí
otro tema suficientemente complejo como para
que lo mencionemos aquí de pasada, sin entrar
a discutirlo detalladamente. Sin embargo, tam-
bién la descarga demográfica del mercado de
trabajo, o su transformación en un mercado
donde la oferta de puestos de trabajo sobrepasa
la demanda es solamente un escenario posible.
Se ve desbaratada por la creciente migración
desde las regiones del mundo en las que existe
un excedente de mano de obra y de la mencio-
nada perspectiva de que se produzca una masi-
va ola de racionalización, en un momento en el
que los ordenadores y las máquinas que contro-
lan han comenzado a pensar y a aprender.
Alternativas de futuro
La antigua certeza de que los países económica-
mente mejor situados tienen garantizado el
bienestar para todos, y los países emergentes –
unos antes, otros después– seguirán la misma
senda, pertenece al pasado. El admirado mode-
lo alemán ha llegado a su límite en lo que res-
pecta al aspecto social, y los modelos aplicados
en Suecia, Dinamarca, etc., se encuentran a la
defensiva. En amplios sectores de la población,
la nueva realidad encuentra una nueva forma
de aceptación resignada al estilo de la ideología
americana (“no se puede sacar más”; “quien se
esfuerza, tiene oportunidades reales”). Sin em-
bargo, es poco probable que, después de la fase
excepcional marcada por los años “dorados”
del capitalismo del bienestar, seamos capaces
de instalarnos en la realidad “plateada” de la
economía postindustrial globalizada en la que,
aunque con menor holgura, tampoco se vive
nada mal. Es de esperar, más bien, que el reto
de lograr órdenes sociales duraderos sea mayor.
La clave de esta esperanza reside nuevamente
en el mercado laboral.
La integración social a través de un mercado
laboral en el que cada trabajador encuentra un
salario “aceptable” (y que además le permita
establecer vínculos humanos duraderos) puede
ser cuestionada tan solo por el hecho de que,
bajo la presión del desarrollo económico, colap-
sen las estructuras de poder que en su día
“arrancaron” al mercado dicha integración. El
resultado sería la proliferación del modelo de
segmentación americano, británico o alemán.
No obstante, más allá de la voluntad política,
también se perfilan retos económicos que ya no
es posible afrontar con recetas válidas en el pa-
sado (las aplicadas en los países escandinavos,
en Austria y en los Países Bajos). Así, en el futu-
ro, el mercado laboral podría requerir correccio-
nes de mayor impacto para mantener su fun-
ción de inclusión social, y no permitir que se
convierta en un mecanismo de exclusión social.
Este sería el caso, por ejemplo, si las olas de ra-
cionalización mencionadas llegasen a reducir
significativamente el volumen de trabajo nece-
sario en la sociedad. El pleno empleo con sala-
rios “aceptables”, es decir, sin dar lugar a la
aparición de segmento de bajos salarios, ya no
sería posible sin un ajuste notable de ciertos as-
pectos del mercado laboral. En el supuesto de
que para la mayor parte de la población las re-
tribuciones salariales continúen siendo el meca-
nismo principal de la distribución de la renta en