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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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de países las cotizaciones y los derechos a pen-

sión están vinculados a puestos de trabajo re-

munerados formalmente registrados (no así,

por ejemplo, en Dinamarca), la evolución de los

salarios también tiene efectos sobre las pensio-

nes. Al margen del sistema de financiación de la

caja de pensiones y de la fórmula de cálculo uti-

lizada, en general se cumple la regla de que

unos salarios sistemáticamente más bajos se

convertirán en pensiones bajas. Con este con-

texto cabe esperar un drástico aumento de la

pobreza entre las personas mayores, algo que

prácticamente se había erradicado en los países

ricos de la Unión, y que hasta hace poco era un

fenómeno muy extendido tan solo en los Esta-

dos miembros de pasado socialista. Además del

binomio formado entre salario y pensión, otros

factores, como el desarrollo demográfico poco

favorable, repercuten negativamente sobre el

sistema de pensiones basado en regímenes de

reparto (cada vez hay menos cotizantes en edad

de trabajar, y cada vez más perceptores de pen-

siones, debido al hecho que viven más años). En

cambio, el sistema de pensiones basado en el

ahorro sufre las consecuencias provocadas por

las crisis de los últimos años, es decir, la escasez

de oportunidades de inversión que generan de

beneficios. Estas circunstancias adversas tam-

bién ejercen presión sobre las futuras pensiones

de jubilación.

Las medidas sociales que tienen un efecto

verdaderamente redistribuidor entre ricos y po-

bres –las transferencias públicas a diversas cate-

gorías de perceptores, los servicios públicos y el

sistema público de salud, a menudo complejo–

no son capaces, ni han sido concebidas para

crear una sociedad socialmente integrada sin el

sustento del mercado laboral. La formación, la

salud y, dado el caso, otros servicios subvenciona-

dos, solo constituyen partes del “nivel de vida”

en su conjunto. En teoría, las transferencias

públicas tendrían que compensar los ingresos

más bajos para permitirles alcanzar un nivel de

vida no demasiado alejado de umbral de la so-

ciedad. Sin embargo, la realidad es muy distinta.

Además, la mera idea contradice la concepción

actual de lo que se entiende por una sociedad

del trabajo eficaz, en la que la función del me-

canismo central de participación se basa en las

retribuciones salariales.

En varios países se constata además que los

mercados, en los cuales el poder adquisitivo es

decisivo, se superponen a los componentes del

nivel de vida material que el Estado de bienestar

intentaba asignar independientemente del po-

der adquisitivo (formación, salud, etc.). Simplifi-

cando un poco, podemos decir que las presta-

ciones sanitarias y las ofertas formativas de

carácter privado coexisten en paralelo con las

públicas y a menudo ofrecen una mejor calidad.

Como consecuencia, quienes cuentan con in-

gresos más elevados tienen mayores oportuni-

dades de curase en caso de enfermedad, suelen

vivir más tiempo y sus hijos están mejor prepa-

rados para competir por un buen puesto de tra-

bajo. Esto se hace especialmente evidente en el

caso de muchos países poscomunistas, en los

que la oferta pública (ya) no es buena debido a

la falta de recursos financieros, y que, además,

ha desarrollado un racionamiento informal de

las prestaciones combinado con la exigencia de

pagar sobornos para obtenerlas. Incluso en paí-

ses que en su día presentaban escenarios relati-

vamente igualitarios, como Alemania, surgen

sistemas sanitarios y educativos de dos velocida-

des, aunque de manera menos pronunciada.

Si comparamos los países europeos 1) en re-

lación con su distribución salarial y 2) en rela-

ción con la proporción que representa el gasto

social dentro del producto interior bruto, resalta

que los países (escandinavos y de la Europa oc-

cidental) que dedican una porción relativamente