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LA DESIGUALDAD EN EUROPA A INICIOS DE SIGLO XXI

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elevada al ámbito social son los que gozan, en

la mayoría de los casos, de una distribución sa-

larial relativamente equitativa. Sin embargo, hay

dos casos atípicos, cuya tasa de distribución de

la renta se encuentra más bien en la media eu-

ropea: Alemania y Francia. Por otro lado, en paí-

ses manifiestamente igualitarios, como Repúbli-

ca Checa, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría, el

gasto social se sitúa muy por debajo de la media

europea. Si miramos al mercado laboral, vemos

que existe una menor proporción de “trabaja-

dores pobres” en aquellos países en los que la

distribución de la renta es más equitativa, a ex-

cepción de Austria (en Hungría no se aprecia con

tanta claridad). En Alemania y Francia, en cam-

bio, las tasas son visiblemente superiores. El diag-

nóstico sugiere que el mercado laboral es clara-

mente más determinante para la verdadera

distribución de la renta y la dimensión de la pola-

rización social que el propio Estado de bienestar.

El reto político

Si se considera que una “buena” sociedad es

aquella en la que, entre otras cosas, todas las

ciudadanas y ciudadanos participan de manera

adecuada del bienestar nacional, entonces no

podemos conformarnos con la situación que se

ha ido instaurando poco a poco en muchos paí-

ses europeos. Si realmente queremos una socie-

dad “buena”, no podemos mostrarnos indife-

rentes frente al hecho de que actualmente el

mercado no puede generar mucho más. El reto

político consiste precisamente en arrancarle al

mercado aquello, que, según sus propias leyes,

se niega a proporcionar. Sin duda, la solución

óptima para lograr una distribución de la renta

más equitativa, al menos en el nivel más bajo de

la pirámide de distribución, es un crecimiento

económico que absorbiera rápidamente la

mano de obra y, en consecuencia, acarrease un

incremento de su precio de mercado. Por su-

puesto, dicha mano de obra debería contar con

un perfil de cualificación acorde a la estructura

de la demanda; no precisamente una avalancha

de profesionales altamente cualificados. Lo óp-

timo sería lograr que dicho crecimiento abarca-

se una amplia dispersión territorial, y que la

mano de obra fuese allá donde surgieran los

puestos de trabajo, mejor incluso si es más allá

de las fronteras intraeuropeas. Además, en un

escenario de precios favorable para la mano de

obra, aquellas empresas y actividades económi-

cas marginales que no pudieran soportar costes

más elevados deberían desaparecer del merca-

do. El aumento de precios asociado a un cambio

de estructura de estas características tendría

que ser aceptado.

Por el momento no cabe esperar un creci-

miento que pueda absorber de forma generali-

zada la mano de obra (no solo los trabajadores

especializados que tienen un papel destacado

en el discurso oficial), ni en la Alemania líder en

exportaciones y actualmente muy satisfecha

con su coyuntura, ni tampoco en los países bál-

ticos, que cuentan con debilidades estructurales

que perdurarán en el tiempo. Si a pesar de todo

fuésemos capaces de volver a alcanzar dicho

crecimiento, preferiblemente de una forma sos-

tenible para el medioambiente y no invasiva con

la vida de las personas, no podríamos más que

abrirle la puerta. Ofrecería a muchas personas

una vida mejor dotada en lo material. Sin em-

bargo, parece que el crecimiento económico no

se decreta por la vía política. Aquí no debatire-

mos sobre cuáles son las medidas que hay que

poner en marcha para lograrlo.

La cuestión fundamental que se nos plantea

es determinar si una sociedad integrada desde el

punto de vista social, capaz de garantizar el

bienestar para todos sus miembros, debe quedar