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LA DESIGUALDAD EN EUROPA A INICIOS DE SIGLO XXI

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una sociedad integrada desde el punto de vista

social, toda la población activa debe participar

de esa fuente de ingresos. El volumen de traba-

jo de calidad correspondiente al estado de desa-

rrollo económico y técnico que escapa a la com-

petencia de la infraoferta debería, por lo tanto,

estar distribuido de otro modo llegado el caso

(cuatro turnos por enfermera, en lugar de tres,

siete proyectos por encargado, en lugar de diez,

etc.). Es posible que este antiguo debate vuelva

pronto a un primer plano.

Podemos –e incluso en algún momento de-

bemos– dar un nuevo paso adelante para aban-

donar el camino sin salida que ofrecen las pres-

taciones salariales. De este modo, tendríamos

dos posibles alternativas para contrarrestar una

polarización social entre aquellos que poseen

buenos trabajos y los demás:

– Incrementar las ayudas que salen directa-

mente de las arcas de impuestos del estado.

– Redistribuir los activos que generan réditos.

Estas dos dimensiones tendrían que tener

una magnitud que permita a todo el mundo fi-

nanciar un nivel de vida acorde con la capacidad

económica nacional. No es necesario decir que

esto equivaldría a una revolución del orden eco-

nómico reinante y que abriría un enorme deba-

te a nivel conceptual, que aquí solo se puede

mencionar. Ello justificaría más bien la necesi-

dad de reorientar nuestra reflexión hacia la ma-

nera de adaptar la sociedad del trabajo, y no

hacia el modo de superarla.

El problema de la polarización

en la periferia europea

Para gran parte de Europa, mirar hacia al futuro

como lo hemos hecho podría parecer irrelevante

para afrontar la actual polarización social. Dado

que en la periferia se registra un considerable

excedente de mano de obra, la constitución de

carteles no va a servir a corto plazo como solu-

ción para evitar la polarización social. Son de-

masiados los que se ven obligados a quedarse

fuera del cartel y acaban a la deriva en el sector

del empleo no regularizado y la autonomía pre-

caria, asolados por la competencia de la infrao-

ferta y la explotación sin límites. Las ayudas es-

tatales y los servicios públicos (educación,

sanidad, vivienda, comedores escolares, etc.)

pueden mitigar la pobreza, pero no ayudan a

superar la polarización a la cual da lugar a una

clase media urbana (sin mencionar los segmen-

tos ricos de la sociedad) que disfruta de un nivel

de vida que simplemente no es posible para to-

dos. Además nos encontramos confrontados

con el problema según el cual la sociedad no

genera un Estado capaz de hacer todo lo posi-

ble para aliviar la pobreza. Es precisamente con

estos límites de actuación del verdadero Estado,

anclados en las estructuras de poder de la socie-

dad, con lo que choca cualquier reflexión nor-

mativa orientada hacia una sociedad integrada

en lo social. La exigencia airada de un cambio

revolucionario tampoco ayuda –y queda estéril

en las circunstancias que tenemos–.

No obstante, la periferia se ve afectada por

dinámicas supranacionales, especialmente en la

Unión Europea. Estas dinámicas no solo crean el

marco relevante para los esfuerzos de desarrollo

nacionales que pueden dar lugar a que se gene-

ren puestos de trabajo productivos. También

definen un mercado laboral supranacional que

atrae población activa desde la periferia, en

donde se suaviza poco a poco el problema de la

polarización, pero lo reestructura a nivel euro-

peo. Al margen de la solicitada mano de obra

especializada, que percibe buenos salarios inclu-

so en los países ricos, los trabajadores inmigran-

tes refuerzan las estructuras de la explotación y

la polarización en los países de acogida. Los