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LA CRISIS DE UCRANIA Y LAS RELACIONES DE LA UNIÓN EUROPEA CON LA FEDERACIÓN DE RUSIA

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interesa su hundimiento económico, que podría

tener repercusiones muy negativas en el inci-

piente crecimiento europeo, y provocar una

desestabilización política en el país euroasiático

de consecuencias imprevisibles. Tampoco le in-

teresa que Moscú se vuelva hacia el este y anu-

de relaciones estrechas con China, porque se

produciría un desequilibrio geopolítico perjudi-

cial para los intereses europeos. Europa necesita

a Rusia tanto como Rusia necesita a Europa. No

solo por la fuerte interdependencia económica

y energética, sino porque la seguridad y la esta-

bilidad de los países de la Asociación Oriental,

incluida Ucrania, no se puede conseguir ni con-

tra, ni sin Rusia. Y finalmente, porque Rusia es

un actor imprescindible para la seguridad glo-

bal, por su carácter de potencia nuclear y de

miembro permanente del Consejo de Seguridad.

Su cooperación es esencial para enfrentar el yi-

hadismo, la mayor amenaza actual para Europa,

la proliferación de armas de destrucción masiva,

el crimen organizado, y para reconducir conflic-

tos como los de Irán y Siria.

No obstante, el entendimiento no puede

aceptarse a cualquier precio, ni desde una posi-

ción de debilidad. La UE no puede aceptar nin-

guna coacción y debe tener sus propias líneas

rojas en su relación con Rusia. La más importan-

te es que no se puede aceptar la injerencia de

Moscú en los asuntos internos de sus vecinos, ni

ningún veto a las decisiones políticas que tomen

estos países, como ha sido el caso de Ucrania. El

mantenimiento de la presión política y económi-

ca, a través de las sanciones, es necesario para

forzar un cambio de actitud de Moscú en rela-

ción con este conflicto, aunque no es una solu-

ción por sí misma y las sanciones deberán ser

levantadas en cuanto se resuelva la crisis. La re-

solución del conflicto de Ucrania es la condición

imprescindible para reanudar un diálogo que

debe conducir a un acuerdo amplio beneficioso

para la UE, para Rusia, y para los países de la

vecindad compartida.

Lo primordial es conseguir que se respete en

la región del Donbass, de forma estricta y per-

manente, el alto el fuego que se firmó en el

segundo acuerdo de Minsk, para detener la ca-

tástrofe humanitaria, atender a la población ci-

vil, y sentar las bases mínimas para pasos ulte-

riores. Si hay violaciones del alto el fuego, será

necesario aumentar la presión sobre Kiev y

Moscú, hasta desactivarlas. Entregar armas a

Ucrania no parece la mejor idea para conseguir

esto. Lo más probable es que Rusia reaccionara

entregando más armas a los independentistas,

iniciándose una escalada que es imprescindible

evitar porque podría tener consecuencias muy

graves. El objetivo debe ser desactivar la crisis,

no empeorarla.

Cualquier solución definitiva pasa por el res-

peto a la integridad territorial de Ucrania, en la

que se incluye teóricamente a Crimea y

Sebastopol, que deberían volver a Ucrania en

cumplimiento de las leyes internacionales y de

los tratados. No obstante, esto no es realista y

tendría que haber un terremoto político en

Rusia para que sucediera. Condicionar un arre-

glo entre los dos países a la reintegración de

Crimea y Sebastopol es condenarlo al fracaso.

Esto no quiere decir que ni Kiev ni la UE tengan

que reconocer la anexión, se puede mantener la

reivindicación, pero hay que seguir trabajando

sin que se cumpla.

Por el contrario, la recuperación del control

de Kiev sobre todo el Donbass, y sobre la fron-

tera con Rusia es imprescindible y debe ser una

condición

sine qua non

. No se debería permitir

que las zonas ocupadas se convirtieran en otro

conflicto congelado como los de Transnistria,

Osetia del Sur, Abjasia o Nagorno-Karabaj. La

reunificación, y el consiguiente desarme de las

milicias secesionistas, deben incluir garantías de