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VALORACIÓN DE LA AMENAZA YIHADISTA Y DE LAS ESTRATEGIAS DE RESPUESTA

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40 veces menos víctimas mortales que los homi-

cidios (11.133 en 2012, frente a 437.000 por

homicidios).

No estamos en guerra

Estas consideraciones preliminares y estos datos

permiten extraer, a contracorriente de lo que se

ha vuelto a expresar en diversos círculos tras los

condenables atentados de París, algunas con-

clusiones inmediatas. Así, en contra de lo que

afirmaba el primer ministro francés tras el im-

pacto de las 17 víctimas mortales de los atenta-

dos del pasado 3 de enero, tenemos que insistir

una vez más en que no estamos en guerra. Con-

viene recordar en este punto que también Bush

optó por definir así el escenario internacional

tras el 11S, como base de partida argumental

para emprender la invasión de Afganistán (octu-

bre de 2001) y de Irak (marzo de 2003). No cabe

duda de que hay que luchar contra esa amena-

za, pero la guerra –que supone por definición el

protagonismo de los medios militares en la res-

puesta– no es la mejor estrategia.

Se trata básicamente de entender que, en

términos generales, las fuerzas armadas no es-

tán equipadas, instruidas y ni siquiera motivadas

para actuar en ese contexto. Sin dejarnos llevar

por argumentaciones académicas o teóricas crí-

ticas con el dominante enfoque militarista de

esta última década, ahí están los casos de Afga-

nistán e Irak para recordarnos que ni los taliba-

nes han sido eliminados, ni tampoco Al Qaeda

en Irak (hoy reconvertida en Daesh). Por el con-

trario, como resultado de la aplicación de una

agenda militarizada en todas sus dimensiones

(en la que apenas han tenido cabida otros nece-

sarios instrumentos sociales, políticos y econó-

micos) y como suma de notables errores tanto

políticos como militares, ambos países siguen

siendo hoy escenarios muy activos para los gru-

pos yihadistas.

No es el mayor reto de la seguridad

europea

Por si la experiencia de la Guerra Fría no hubiera

sido suficiente, ya a principios de los años no-

venta del pasado siglo terminamos por com-

prender que la seguridad es un concepto que va

mucho más allá del campo de la defensa militar.

Aprendimos entonces, una vez superada la con-

frontación bipolar, que las amenazas que afec-

tan a nuestra seguridad no se limitaban al devas-

tador holocausto nuclear o a la temida invasión

de Europa Occidental por parte de las tropas del

Pacto de Varsovia. Aprendimos, por fin, que las

pandemias, el cambio climático, los flujos de po-

blación descontrolados, el crimen organizado, el

potencial desestabilizador de los comercios ilíci-

tos, los Estados fallidos, la exclusión y la pobreza,

la proliferación de armas de destrucción masiva

y, por supuesto, el terrorismo internacional eran

elementos principales del listado de amenazas a

las que nos enfrentamos en el mundo globaliza-

do que nos ha tocado vivir.

Del mismo modo, también aprendimos que

se trataba de amenazas y riesgos transnaciona-

les, frente a los que ningún país por separado

podía hacer frente con ciertas garantías de éxi-

to, y que en su raíz respondían mucho más a

cuestiones sociales, políticas y económicas que

a consideraciones puramente militares. En con-

secuencia, concluimos que era necesario refor-

mular el concepto de seguridad para abarcar

muchas dimensiones hasta entonces descuida-

das –alimentaria, energética, económica, políti-

ca, sanitaria...–, que el multilateralismo había

dejado de ser una opción para convertirse en

una obligación y que las respuestas tendrían