VALORACIÓN DE LA AMENAZA YIHADISTA Y DE LAS ESTRATEGIAS DE RESPUESTA
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soluciones que están a nuestro alcance (como
las ya citadas o la eliminación del hambre en el
mundo) y que nos lleve a concentrar obsesiva-
mente medios y tiempo en un solo problema
que, como ya ha quedado dicho, no es el que
provoca más sufrimiento humano.
En síntesis, como consecuencia de ese per-
turbador enfoque, que hoy sigue gozando de
buena salud, la seguridad ha vuelto a cobrar un
nítido perfume militarista y el espectro de las
amenazas se ha vuelto a resumir en una sola: el
terrorismo. Si a principios de la pasada década
todo parecía resumirse en la amenaza de Al
Qaeda, hoy es Daesh quien sirve al mismo pro-
pósito.
Amenazas y respuestas
A pesar de la insistencia en discursos que magni-
fican el yihadismo violento, presentándolo como
la encarnación de la única amenaza digna de ser
tomada en consideración y como una red jerár-
quica unida en una causa común, interesa recor-
dar que, por el contrario, se trata de una realidad
múltiple. Existen muchos grupos que cabe iden-
tificar bajo ese término, pero no hay nada que
confirme la existencia de una internacional yiha-
dista cohesionada y homogénea, más allá de que
muchos de ellos se ajusten a
modus operandi
si-
milares y de que algunos de sus cabecillas tengan
delirios planetarios. Por el contrario, y bajo el
impacto que está provocando hoy la violenta
reentrada en escena de Daesh, lo que se detecta
es una creciente fragmentación interna, con indi-
viduos y grupúsculos que se escinden de sus en-
tidades originales (adscritas en diferentes grados
a Al Qaeda o a los talibanes) y que se apresuran
a declarar públicamente su lealtad a quien ahora
aparece como el grupo más activo y, aunque nos
repugne, más atractivo a los ojos de quienes se
han radicalizado hasta el punto de considerar
que la violencia es el único instrumento para
cumplir sus objetivos.
Ni Aymán al Zawahirí, al frente de Al Qaeda,
ni Abu Bakr al Baghdadi (reconvertido ahora en
el autoproclamado califa Ibrahim), al frente de
Daesh, tienen capacidad para coordinar los es-
fuerzos de tantos grupos yihadistas que solo
simbólicamente se identifican como parte de
alguno de ellos. Ninguno de los dos está en la
cúspide de una cadena de mando operativa ca-
paz de movilizar a la totalidad de combatientes
enrolados en las filas yihadistas. En la mayoría
de los casos, y aunque existen indicios sobre vín-
culos intergrupales, cada grupo actúa de mane-
ra autónoma, aunque se sientan inspirados por
las mismas o parecidas ideas. Unas ideas con las
que, también conviene resaltarlo, no todos se
sienten ideológicamente identificados, sino que
con mucha frecuencia solo sirven como mera
fachada para bandidos, criminales y mercena-
rios de toda ralea (Libia es hoy un buen ejemplo,
como antes lo fue Afganistán).
Daesh
Daesh es un viejo conocido en Oriente Medio.
Basta con recordar que hace una década ya ac-
tuaba en Irak, como la franquicia local de Al
Qaeda, bajo el liderazgo del jordano Abu Mu-
sab al Zarqaui (eliminado por Washington en
2006). Ya en aquellos años, y a pesar de sus li-
mitados medios, sobresalía por su activismo yi-
hadista tanto en territorio iraquí como jordano.
Su reducida entidad no le permitía aún controlar
de manera efectiva un territorio propio pero, en
línea con las aspiraciones maximalistas de Al
Qaeda, ya aspiraba a establecer un emirato, que
le sirviera de base para crear un califato que
abarcara todo el mundo islámico.