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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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que ser esencialmente no militaristas, otorgan-

do el protagonismo a los instrumentos sociales,

políticos, diplomáticos y económicos, mientras

los militares aparecían solo como último recurso.

A pesar de ese novedoso análisis, que acen-

tuaba la importancia de la seguridad humana

como paradigma ambicioso al que orientar los

esfuerzos, no fue posible modificar el rumbo

dominante que ya llevó a la OTAN (una organi-

zación esencialmente militar) a incluir el terroris-

mo internacional en su concepto estratégico de

1999, autoimponiéndose la tarea de responder

a la amenaza que representaba. El 11S terminó

definitivamente por provocar un regreso a esque-

mas que parecían ya superados, con el unilatera-

lismo y el militarismo por bandera y con la preten-

sión estadounidense (afortunadamente fracasada)

de convertir a la guerra preventiva en una tercera

regla de juego para legitimar el uso de la fuerza

(junto a la legitima defensa y el mandato explícito

del Consejo de Seguridad de la ONU).

Como resultado de un proceso que no ha

dudado en echar mano de la difusión del temor

entre la población, el delicado equilibrio entre

libertad y seguridad se ha ido inclinando cada

vez de manera más visible hacia un recorte del

marco de derechos fundamentales que nos de-

finen como sociedades abiertas, bajo la prome-

sa (falsa, por imposible) de una completa segu-

ridad para todos. Es este un recurso tan antiguo

como, desgraciadamente, efectivo; de tal ma-

nera que bajo el efecto paralizante del temor a

sufrir un ataque terrorista que se nos presenta

como inminente, tendemos a perder de vista la

realidad. Una realidad que insiste en recordar-

nos, a quienes tenemos el privilegio de formar

parte de la Unión Europea (UE), como miembros

del club más exclusivo del planeta en términos

de bienestar y seguridad, que existen muchos

otros retos de seguridad a los que no estamos

dando respuesta adecuada.

Así, si tomamos la vida humana como la vara

de medida para calibrar la gravedad de las ame-

nazas que nos aquejan y como un activo de va-

lor incalculable que debe ser preservado por

encima de otras consideraciones, podemos lle-

gar a la conclusión de que no estamos priorizan-

do de manera adecuada los asuntos que real-

mente nos atañen. Mirando hacia dentro de la

propia UE, la creciente brecha de desigualdad

que registran nuestras sociedades es, con dife-

rencia, un problema de tan alto nivel que puede

descomponer nuestro envidiado modelo de or-

ganización económico y sociopolítico. Y miran-

do hacia afuera, constatamos inmediatamente

que ninguna de las amenazas y riesgos que ha-

bíamos identificado hace ya más de veinte años

ha desaparecido sino que, por el contrario, co-

bran cada día mayor fuerza por desatención

manifiesta.

No vivimos hoy en un mundo más seguro,

más justo y más sostenible que cuando estába-

mos sometidos al equilibrio del poder entre los

dos aspirantes al liderazgo mundial y nadie pue-

de darse por satisfecho con el nivel de esfuerzo

desarrollado para remediar los males que nos

afligen. Sin el más mínimo atisbo de demagogia

o populismo, basta recordar que hay 2.600 mi-

llones de personas en el planeta que no tienen

un elemental retrete a su disposición, y sabemos

sobradamente que eso significa que cada año

mueren más de 800.000 niños menores de cin-

co años por algo tan simple como una diarrea y

que centenares de miles de mujeres son violadas

sin consecuencia alguna. ¿Son esas vidas menos

valiosas que las que se pierden en un atentado

terrorista? ¿Son más difíciles de preservar que

las que ponen en peligro los yihadistas violen-

tos? Vivimos en permanente riesgo y debemos

ponderar qué medios dedicamos a hacer frente

a cada uno de ellos, sin caer en un histerismo

interesado y selectivo que deje de lado activar