EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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para golpear indiscriminadamente en muchos
lugares y a buen seguro tratará de aprovechar
cualquier ventana de oportunidad que se le
ofrezca (por ejemplo, una concentración del es-
fuerzo contra Daesh que alivie la presión contra
sus efectivos) para recobrar el protagonismo
perdido.
Por su parte, los grupos violentos que se
agrupan bajo el término genérico de talibán si-
guen dando muestras claras de su activismo,
tanto en Afganistán como en Pakistán; aunque
nada indica que parezcan planear una amplia-
ción de su radio de acción más allá de estos te-
rritorios. Lo mismo cabe decir de Boko Haram,
concentrado preferentemente en los Estados
del norte de Nigeria, aunque puntualmente de-
sarrolle acciones violentas en los países vecinos
(como Chad o Níger). En ambos casos son acto-
res a tener muy en cuenta por su capacidad
para desestabilizar a los países en los que ac-
túan; pero sin la dimensión transnacional que
poseen hoy Daesh y Al Qaeda.
Apuntes sobre una respuesta alternativa
Visto desde Occidente, los datos mencionados
más arriba dejan en evidencia a quienes, tras los
atentados de París, como el ministro español de
Exterior, han querido volver a convencernos de
que el terrorismo yihadista es el mayor reto de
la seguridad de la Unión Europea. Por dolorosos
que sean sus efectos, no lo es ni por el número
de víctimas mortales que provoca, comparado
con tantos otros factores belígeros, ni mucho
menos por su capacidad para hacer colapsar
nuestros Estados. Debemos ser claros en este
punto, entendiendo que el terrorismo es una
lacra que nos va a acompañar durante mucho
tiempo, asumiendo que no hay atajos para eli-
minarlo y, siendo realistas, reconociendo que el
objetivo es reducirlo a un nivel tolerable para
nuestras sociedades. En lugar de amedrentar a
la población, cultivando una cultura del miedo
que nos paralice o nos calle mientras se recortan
los derechos y libertades fundamentales que
nos definen como sociedades abiertas, conven-
dría dedicar un mayor esfuerzo al estableci-
miento de estrategias que no se limiten a movi-
lizar más medios militares contra un enemigo
imposible de derrotar por esa vía.
Un ejercicio de ese tipo debería considerar
que es necesario atender simultáneamente a los
efectos más visibles del problema –desarticulan-
do, si es posible, planes terroristas y persiguien-
do, deteniendo y enjuiciando a quienes hayan
cometido actos de ese tipo, si lo anterior no se
ha logrado– y a sus causas estructurales, centra-
das en la radicalización de individuos que, por
múltiples razones, se siente discriminados en
sus comunidades de referencia.
En el primer nivel de respuesta parece claro
que los protagonistas principales deben ser los
servicios policiales y de inteligencia, así como las
autoridades económicas (para cortocircuitar los
canales que les sirven para financiar sus activi-
dades delictivas) y las judiciales (para lograr un
efectivo y común tratamiento del problema);
todo ello sobre la base de una estrecha coordi-
nación internacional, dado que nos enfrenta-
mos a una amenaza compartida. Aquí los ejér-
citos tan solo pueden tener un papel secundario,
complementando tareas de seguridad al servicio
de la lucha global contra el terrorismo.
En el segundo nivel, que debe atender a las
causas estructurales que alimentan el terrorismo,
es evidente que los medios militares no tienen
prácticamente nada que aportar. Lo fundamen-
tal en este caso es adoptar un enfoque preven-
tivo, orientado a evitar la radicalización de indi-
viduos que por múltiples razones se vean
tentados de incorporarse al yihadismo violento.