EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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Degradado aún más tras la
surge
(oleada mi-
litar) estadounidense iniciada en 2007, el grupo
no volvió a cobrar cierto protagonismo hacia
finales de 2011, como uno de los grupos violen-
tos inmersos en el conflicto que asolaba a Siria
desde unos meses atrás. Su participación en el
conflicto sirio –entonces con el nombre de Esta-
do Islámico de Irak y Siria (EIIS), todavía como
integrante de Al Qaeda– no se ajustó fielmente
a las directrices establecidas por Al Zawahirí, su-
cesor de Bin Laden al frente de Al Qaeda. De
hecho, infringiendo sus órdenes –que exigían a
su nuevo líder, Al Baghdadi, que abandonara el
campo sirio en las manos de la rama local de la
red terrorista, el Frente Al-Nusra–, el EIIS fue
ampliando su radio de acción ya no solo a las
provincias sirias del este, sino también a Alepo,
llegando a realizar acciones puntuales en la cos-
ta mediterránea.
Con su perfil de grupo altamente disciplina-
do y operativo, el EIIS fue incorporando a com-
batientes de diversos orígenes (incluyendo ciu-
dadanos occidentales radicalizados) hasta un
volumen estimado en unos 15.000 efectivos ar-
mados al inicio de la ofensiva desencadenada en
suelo iraquí a principios de 2014 (en Faluya y
Ramadi, en la provincia occidental de Anbar, pre-
ferentemente). Esta notable recuperación no fue
ajena al interés de Arabia Saudí por financiar a
grupos yihadistas suníes que, tanto en Siria
como en Irak, pretende utilizar como punta de
lanza para revertir la ventaja que Irán va cobran-
do en su afán por convertirse en el líder regional.
Tras la proclamación del califato el pasado
29 de junio, y ya con su actual denominación,
Daesh ha tratado de aprovechar el vacío de po-
der en Bagdad y de sumar a su favor a buena
parte de los que Nuri Al Maliki (ahora defenes-
trado del puesto de primer ministro) había ido
decepcionando por diversas razones. Así, Daesh
ha podido añadir a sus propias fuerzas a varias
milicias suníes, como Jamaat Ansar al-Sunnah,
Jaish al-Mujahideen y Naqshabandiyya Way.
Pero también ha podido contar con la calculada
pasividad inicial de los
peshmergas
kurdos, a la
espera de que Al Maliki se mostrara más gene-
roso con sus ofertas económicas (aumentando
el porcentaje de los ingresos nacionales del pe-
tróleo acordados entre Bagdad y Erbil, fijados
hasta entonces en un 17 % del total) y políticas
(garantizando la elección de un kurdo para sus-
tituir al jefe del Estado y un mayor peso en el
nuevo gobierno liderado por Haider al Abadi).
Por último, como un factor más que explica el
aparente éxito de la primera fase de su ofensiva,
se vio favorecido por la notable falta de motiva-
ción de las unidades militares iraquíes ubicadas
en la zona media entre Bagdad y el Kurdistán
iraquí, conformadas en un considerable porcen-
taje por soldados suníes que no deseaban en-
frentarse a enemigos de su propia rama doctri-
nal. De hecho, no se han registrado verdaderas
batallas por el control de localidades y zonas de
valor estratégico, sino más bien un generalizado
y apresurado abandono por parte de las fuerzas
gubernamentales (una acción que, de inmedia-
to, ha sabido aprovechar el gobierno de Erbil
para ampliar en un 40 % sus dominios, hasta
englobar a la importante zona petrolífera de
Kirkuk, gracias al rápido despliegue de sus
pes-
hmergas
).
Pero frente a esa evidente amenaza, y como
si no hubiéramos aprendido apenas nada en es-
tos últimos años, se ha vuelto a responder con
la activación de una coalición internacional lide-
rada por Washington, que está desarrollando
desde el pasado 8 de agosto una campaña de
ataques aéreos en territorio sirio e iraquí contra
Daesh. En paralelo, ya está en marcha la instruc-
ción de soldados iraquíes y
peshmergas
kurdos
iraquíes para lanzar una ofensiva terrestre en un
plazo de meses.